Hace un par de días El País publicaba una entrevista al escritor norteamericano Paul Auster. Entre otras cosas, decía: “A veces me pregunto por qué me he pasado la vida encerrado en un cuarto escribiendo cuando afuera está el mundo lleno de vida y de posibilidades. La escritura exige entregarse a ella sin fisuras, abrirse a toda forma posible de dolor, de gozo, a todas las emociones que es posible sentir. Hacerlo bien requiere coraje moral. Ninguna otra ocupación exige a quien la desempeña que entregue el ser, el alma, el corazón y la cabeza sin saber si al final habrá recompensa”.

Seguramente el escritor tiende a absolutizar su trabajo. Es fácil imaginar otras tareas que requieren lo que dice Auster. Me vienen las Bienaventuranzas: “… los que trabajan por la paz”. Pero, al hablar de renuncia y de ponerlo todo sin saber si habrá recompensa, creo que Auster sí está dando en el blanco. ¡Y qué difícil es ponerlo en práctica!

Estos días la prensa habla de la conversión de las FARC en partido político. Cuántas personas habrán trabajado por esta paz sacrificándose a sí mismas. Cuánto desvelo sin saber si habría recompensa. Surge una pregunta: pero, ¿la recompensa es solo el resultado final esperado, el libro en las librerías, el comunicado definitivo de paz? Quizá la recompensa se vaya dando ya en ese “entregar el ser, el alma, el corazón y la cabeza”, como dice Auster, pero sin saber si se dará el resultado que esperamos.

Quizá la recompensa sea la misma esperanza, ese género de optimismo que mira al cielo y, a la vez, va recogiendo migas del suelo.

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