Leemos en el Evangelio (Juan 15, 15-17) que Jesús no quiere llamar a sus seguidores “siervos”, porque estos no saben lo que hace su señor; Él nos quiere llamar amigos y así darnos a conocer todas sus cosas. Y añade: Yo os he elegido a vosotros, soy Yo el que ha tomado la iniciativa.
Jesús nos ofrece su amistad. Nos llama amigos. Es la relación que expresa nuestro encuentro con Él.
¿Y por qué la amistad? Nos ayuda a contestar esta pregunta Marina Garcés, filósofa y ensayista, en ‘La pasión de los extraños’ (Galaxia Gutenberg), al afirmar que la amistad es amar de una manera que desbanca las jerarquías sociales que organizan nuestras vidas.
Marina defiende que la amistad no acaba de encajar en los esquemas de relación de nuestra sociedad, aquellos que organizan a quién pertenecemos, ya sea la familia, el matrimonio, el Estado y otras identidades e instituciones sociales. La amistad va por otro lado. Hay algo en la amistad que es autónomo, que se da por sí mismo y que desbarata todo el orden social establecido.
En la amistad son amigas personas de distinta clase social, de diferente nivel económico, de procedencias geográficas muy variadas. La amistad va más allá de la cultura, de la religión, de la edad, de las circunstancias vitales. La amistad sorprende uniendo a los que parecen extraños o incluso opuestos. Nos hacemos amigos porque nos elegimos, desde la libertad, desde el aprecio y la admiración, en un ejercicio de pura y genuina elección.
No es sólo lo que tenemos en común lo que nos une en la amistad. Los amigos se revelan y aparecen cuando menos los esperábamos, surgen como sorpresa, sin noticia previa. Pero vienen para quedarse. Jesús establece con nosotros esa relación de amistad, porque pocas cosas hay en la vida más puras, libres, gratuitas, verdaderas.