Mindfulness, rollito chill, amor propio, puesta de sol en Galicia, comida en no sé dónde, tardeo, dieta sana, fin de exámenes y fines de semana, momento de relax, equilibrio emocional, bienestar, nutrición adecuada, yoga, fisio, meditación, sentirse bien, spa, cuídate, vuélvete a cuidar… Y así una cantidad ingente de mensajes que nos llevan a pensar que la vida plena es estabilidad y ausencia de problemas. Una particular pax romana entre tormentas y desgracias personales que nos lleva a creer que la felicidad tiene que ver con dejar los problemas a la puerta, sentirse bien con uno mismo y tener el máximo –e imposible– equilibrio emocional.

Pero si miramos nuestras propias vidas y las de la mayoría que nos rodean eso no es así. La vida es una continua tensión, pues estamos sometidos a múltiples fuerzas externas e internas, y a alguna que otra desgracia. Y menos mal, porque lo contrario sería vivir anulando un deseo que nos mueve, que nos lanza hacia adelante y nos lleva a vivir en serio. Y es verdad que necesitamos pararnos y respirar, pero la propuesta de estabilidad que nos vende el mundo es sencillamente una mentira y un producto comercial. Es una falacia.

Nadie quiere caer y nadie quiere hundirse, quizás conviene aprender a guardar el equilibrio en medio de las múltiples tensiones que nos acechan. No romperse en medio de esas múltiples tensiones. La pregunta es mucho más profunda, pasa por el sentido de nuestra vida, una llamada, una vocación. Aquella brújula que nos lleva a avanzar hacia adelante y a no perder el rumbo tanto en los momentos de máxima estabilidad como en los momentos de máximo peligro. Al fin y al cabo, la vida está para vivirla con pasión, no para gastarla a través de fotos de Instagram.

 

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