Siempre que se acaba el verano aparecen noticias o reportajes sobre el síndrome postvacacional o consejos para la vuelta a la rutina (como si la rutina y la vida real fueran un suplicio no o algo negativo).
 
A veces siento que estamos llegando a una percepción de la vida parcial donde solo queremos aceptar la parte de nuestra existencia que está llena de momentos alegres, placenteros, sin problemas, sin estrés y preocupaciones.
 
Cada vez más escapamos de lo que nos cuesta, nos exige esfuerzo, de las situaciones que nos generan conflicto, de las responsabilidades, buscando por el contrario acomodarnos en una bola de cristal donde querer controlar todo lo que nos sucede para que nuestra existencia entre en los parámetros de una vida idílica y placentera.
 
Caer en esta trampa es fácil. Todos queremos vivir en las mejores condiciones y circunstancias, pero no debemos dejar de aceptar la vida en su totalidad.
 
En la parábola de la cizaña se nos dice que el trigo y la cizaña nacen de manera simultánea lo que nos sitúa en la dualidad de la vida para descubrir que todo es una unidad: la vida y la muerte, lo bueno y lo malo, lo fácil y lo difícil, la paz y la guerra… y querer vivir sin aceptar esta dualidad es una limitación que nos hará vivir a medias y con una constante frustración.
 
La llamada de un seguidor de Jesús no debe de ser evitar la vida en su totalidad sino encontrarle un sentido para vivirlo desde una actitud creyente que nos ayude a ver la vida llena de cosas maravillosas, de posibilidades, de aciertos, de buenos momentos, pero también nos ayude a aceptar las limitaciones, dificultades y pérdidas como normales.
 
Quizás debemos dedicarle más tiempo a buscar y recordar el motivo y el cómo vivir. Para nosotros el sentido de la vida debe de ser una entrega a Dios y los demás,  favoreciendo en todo amar y servir, evitando juzgar constantemente si cada cosa de nuestra vida es buena o mala, creyendo que Todo es Gracia o en Todo hay Gracia.
 
¡Adelante!

Te puede interesar