En el aeropuerto de mi ciudad natal, que por cierto vio aterrizar los primeros vuelos comerciales en México, solía haber una azotea. En esta azotea se podía ver a los aviones despegar y aterrizar. Tal vez por el calor, tal vez por las caídas, esta terraza fue cerrada hace muchos años.

Quedaba todavía el ventanal. Una de las paredes del segundo piso era prácticamente una gran ventana. En ella se podía ver a las personas subir y bajar del avión. Esto generaba un proceso de despedida largo e intenso y una expectativa y emoción en la llegada. Se podía observar la maniobra de salida del avión, el tomar la pista, el perderse en las nubes. Una remodelación y modernización del aeropuerto redujo la zona de espera y, por ende, el acceso a ese gran ventanal, quedando un espacio menor para poder ver el exterior. Finalmente, con la explicación o pretexto de que se efectuará una construcción frente a esta ventana, ésta fue cubierta con una película que le da un acabado ‘empañado’ que impide totalmente la visibilidad a la pista.

Recordaba todo esto mientras, esperando la llegada de una persona y tras no confiar en la información que aparecía en la pantalla de llegadas, buscaba la aplicación de rastreo de vuelos en mi celular.

A eso se había reducido buena parte de nuestra vida: a observar e interpretar la realidad a través de una pantalla, a pesar de tener la realidad prácticamente frente a nosotros.

Me encontraba a unos metros de donde había aterrizado o estaba por aterrizar el avión que esperaba y, sin embargo, no tenía forma de verlo. No tenía forma de constatar con mis propios ojos lo que acontecía. Tenía que depender de una pantalla para interpretar la realidad que se desenvolvía a unos metros de distancia.

Recordé cómo antes, cuando me estaba estacionando en el aeropuerto, había efectuado la maniobra observando la pantalla de marcha atrás del auto. No había sido necesario girar mi cabeza para observar la realidad directamente. Una cámara la filmaba, la ordenaba y le agregaba líneas y marcas para mi interpretación.

Siguiendo el hilo del pensamiento, me puse a pensar en cuantas veces había estado presente en eventos en los cuales, a pesar de estar físicamente presente, los observé a través de una pantalla con el pretexto y anhelo de dejarlos filmados para la posteridad o bien de verlos en alta resolución en un estadio o un auditorio.

Las pantallas se han convertido en las ventanas de este mundo digital e hiperconectado. A través de ellas podemos observar y entender muchas otras realidades que por distancia, riesgo o vergüenza no podemos observar de manera presencial. Esto nos abre a un mundo lleno de posibilidades y de exploración a un mundo que podemos acercar y entender mejor. Debemos cuidar siempre que la resolución sea nítida y sin sesgos y que dichas pantallas representen y no interpreten esta realidad. Sin olvidar que, de vez en vez, es necesario ver las cosas con nuestros propios ojos.

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