clik. Veo una peli. clik. Veo una serie y me echo unas risas. clik. Veo las noticias sobre el accidente de Santiago y me estremezco. clik. Veo la final de sincronizada. Orgullo y satisfacción por otra medalla. clik. Veo la vigilia y escucho al Papa. ¡Bravo! clik. ¿Y ahora qué? 

 Es una maravilla la posibilidad de estar informados, de poder seguir la actualidad en tiempo real, de poder llegar, casi al instante, a los lugares del mundo donde ocurren cosas. Es una suerte poder escuchar, en vivo, a los que hablan. Toda esa información puede ser alimento, cultura, entretenimiento, acicate… y todo ello es necesario. Pero se corre el peligro de terminar generando una mentalidad de espectador. Uno parece un juez de alguna competición deportiva, que al terminar “la actuación” levanta un dispositivo indicando su puntuación. Y, de manera inconsciente, terminas convirtiéndote en espectador distante y exigente. “¿Qué tal ha estado el Papa?” (un ocho, un nueve, un diez… según). 

 Hay mucho de espectáculo en lo que vemos en los medios. Solo busca entretener y no necesita ir más allá. Pero hay otra parte que solo tiene sentido si es punto de partida. Hace falta un paso más; el paso en que uno mismo se convierte en protagonista de la vida real que está a este lado de la pantalla. Y si acaso algo de todo lo que uno ve lejos ha de tener consecuencias, deberían ser para tomar opciones en serio, aquí y ahora.  

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