Cris ha desayunado un café con leche y unas estupendas tostadas en el bar de abajo. Jose está en la oficina y encima de su mesa tiene una montaña de planos que revisar y entregar antes de mediodía. Claire está en el aeropuerto con su mochila, lista para comenzar sus vacaciones. Y Esteban vuelve de su escapada familiar, bastante bronceado. Son las once de la mañana y las redes sociales me han permitido ponerme al día de la vida de amigos y conocidos.
Si lo que yo he visto se corresponde o no con la realidad y con su estado de ánimo, sólo ellos lo saben. Porque la muchas veces criticada fachada de las redes sociales también es, al final, una forma de protegernos. En esta misma página, Álvaro Zapata nos proponía pensar en qué realidad queremos transmitir, y cuál estamos transmitiendo. Por qué fotos queremos que nos recuerden. Porque contamos lo que queremos. En las redes, como en la vida.
Sin embargo, acostumbrados como estamos a registrar cada momento personal, corremos el riesgo de infravalorar la privacidad del otro y contar lo que ellos no querrían. ¿Quién no ha tomado una foto de otra persona en el metro, en la calle, en un bar? ¿Quién no ha recibido un meme de un desconocido? ¿Cuántas cámaras nos graban al día, en los bancos, en los edificios públicos, los centros comerciales…? Hoy la invitación es a concienciarnos de que son intolerables las violaciones de la privacidad de la persona. Suenan las alarmas con casos como el de las chicas que han sido grabadas tomando el sol sobre su barco en Mallorca. La Guardia Civil investiga si los hechos han atentado contra la intimidad de las jóvenes. ¿Hay dudas al respecto? Hagámonos conscientes de las pequeñas irrupciones y atentados contra la privacidad del día a día. Y pongamos límites. No porque haya algo que esconder, sino porque cada uno es dueño de su cuerpo, su espacio, su imagen y su historia.