En su Autobiografía, San Ignacio de Loyola se refiere a sí mismo como “el peregrino”. Con este apelativo indica que durante su vida ha recorrido un camino exterior y sobre todo interior siguiendo los pasos del Señor, buscando su presencia en este mundo con la esperanza de encontrarse con Él tras el umbral de la muerte. En esta peregrinación, San Ignacio fue aprendiendo que debía seguir al Espíritu Santo, dejándose inspirar por él en sus decisiones, aprendiendo a leer las señales que éste le daba en medio del mundo, y, sobre todo, no adelantándole, ni tomando la iniciativa, sino dejando todo en manos del Señor. Por ello, en la última etapa de su peregrinación, ya en Roma, San Ignacio quiso aplicar este mismo método a para gobernar la Compañía de Jesús y sobre todo a la hora de escribir sus Constituciones. Éstas no en vano, deben no solo regir, sino sobre todo constituir a los jesuitas, como buscadores de Dios en medio del mundo.

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