El final de la peregrinación de San Ignacio tiene poco que ver con lo que él mismo había imaginado al principio de su vida. Los caminos de Dios no le han hecho permanecer en Jerusalén, sino que le han encaminado hasta Roma. Allí Dios le ha hecho experimentar en el fondo de su alma que debe entregar toda su vida a su servicio por amor, siguiendo siempre a Cristo que carga con la cruz. Esto es lo que desde entonces han intentado hacer los jesuitas que han sentido la llamada de seguir al Señor al estilo de San Ignacio. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, sabiendo que el amor debe ponerse más en las obras que en las palabras.