Lo que no se compra
«He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final del mundo» (Mt 28, 20)
Lo que verdaderamente importa no se puede convertir en mercancía. Cada vez son menos cosas, es verdad. Pero, por más que haya quien también hace negocio de ello, para la gente más normal el amor de verdad ni se vende ni se compra. La amistad se encuentra y se disfruta, pero no se posee. La fe no se adquiere a golpe de tarjeta. Y sentido de la vida no se obtiene en los grandes almacenes (todo lo más te llevas a casa sucedáneos). La trampa de la lógica del tener es intentar convertirnos en aquello que adquirimos. Porque las cosas importantes se viven y dejan huella aunque se alejen; no son de usar y tirar. Lo esencial no es de temporada, y a veces ni siquiera se ve.
Dios; en mi vida no te puedo 'consumir', como un producto de temporada. Estás, y basta. Estás cuando me va bien, y en las horas tristes. Cuando me acuerdo de ti, y también cuando te olvido. Estás siempre.
¿Cuáles son, en mi vida, las cosas que no tienen precio? ¿Aquello que es innegociable, a lo que no renunciaría por nada?
Las cosas elementales
Gracias, Señor,
por las cosas elementales:
el rayo del sol
que no pregunta;
la sombra de caoba con los brazos extendidos;
la tarde que murió ayer detrás de la montaña
sin oficio de difuntos;
el agua que trabaja su pureza en lo hondo de la sierra;
el aire que limpia mis pulmones mientras duermo;
la tierra viva
generando en las raíces
los frutos y colores...
La mirada transparente como una puerta de cristal;
la mano que disuelve el hastío al estrecharse;
el cántico común
que abre la existencia al nosotros infinito...
la herencia de los siglos,
en el suero que me salva gota a gota,
en el hilo de cobre que trae luz a mi noche,
en el ojo insomne del radar en el espacio,
en la página del libro que sana mi ignorancia
y en los circuitos electrónicos
que me unen al instante
con todo el universo
(Benjamín González Buelta)