
Sin precio, y gratis
«Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba! Padre. De modo que ya no eres esclavo, sino hijo. Y si hijo, también heredero por voluntad de Dios» (Gal 4, 6-7)
En el mundo donde todo tiene un precio, aunque sea muy barato, parece que lo gratuito despierta sospecha. En el fondo hay que ser muy humilde o estar muy confiado para aceptar algo que no exige algo a cambio. Hay que ser muy sencillo para saber responder sólo con una actitud agradecida. Hay que ser muy honrado para saber que hay cosas por las que uno no puede pagar. Eso es el amor de Dios. Como tuviésemos que 'comprarlo' a base de ser buenos, o santos, o perfectos, ya podríamos ahorrar. Pero, ¿quién se cree que Dios sea ese mercader de bondades? Dios no nos exige ser buenos, simplemente se nos da. No nos ama porque cumplamos normas, sino que nos ama. No nos abraza 'a pesar de' nuestras limitaciones, sino tal y como somos. La gratuidad es así, nada espera, nada exige, no trapichea con lo que hacemos.
Dios; en mi vida, eres gratis, estás ahí. Todo lo que yo haga es posterior, no previo a lo que tú pones en mí. Si abrazo tu reino será porque me fascina, no porque 'tengo que' hacerlo. No tengo que ganarme tu salvación. Qué difícil es entender eso.
¿Qué es gratis en mi vida? ¿Qué doy a cambio de nada? ¿Y qué recibo a cambio de nada?
Deseo
Sencillo quiero ser como Tú eres
El alma transparente como el día.
La voz sin falsear y la mirada
profunda como el mar, pero serena.
No herir, pero inquietar a cada humano
que acuda a preguntarme por tus señas.
Amar, amar, amar, darme a mí mismo
de balde cada día y sin respuesta.
Ser puente y no llegada, ser camino
que se anda y se olvida, ser ventana
al campo de tus ojos y quererte.
Descanso quiero ser, vaso de vino
de dios para los hombres cuando vengan
con polvo sobre el alma de buscarte.
(Valentín Arteaga)