¿Cuándo fue la última vez que, cerca de alguien o en algún lugar en particular, te sentiste «tan bien»? Me gusta escuchar a los jóvenes que están a gusto en un lugar, que les agrada estar en un sitio en particular, o «¡este lugar mola!»

Es curioso, pero todo el tiempo estamos relacionándonos con otras personas, yendo de un lugar a otro, pero pocas veces nos detenemos a pensar, ¿dónde y con quién me siento verdaderamente a gusto? ¿Dónde y con quién me siento en paz? ¿Dónde y con quién me siento libre? ¿Dónde y con quién me siento seguro, amado y perdonado?

No con todas las personas y no en todos los lugares nos sentimos bien. Hay personas que tienen ese don maravilloso de crearte unas ‘condiciones’ tales, que te permiten ahondar en la propia interioridad y conectar mejor con los demás. Son seres humanos sin ninguna cualidad extraordinaria aparente, pero poseen ese don precioso de permitirte que seas tú mismo porque ellos lo son.

Son personas que parecen estar totalmente dispuestas a permanecer cerca de ti, aun cuando lo que tengas para mostrar no sea otra cosa que el ‘chiquero’ que todos llevamos dentro. Son personas que te esponjan el alma, te acarician el corazón, y te enriquecen el espíritu. Necesitamos más de esas personas. Desgraciadamente, muchos lugares eclesiales no son lo acogedores que deberían ser, ni las personas que tienen por oficio de animar a los demás parecen estar prestando bien ese servicio.

Necesitamos convertirnos, tú y yo, en personas con capacidad para contener, acompañar, ayudar, colaborar con los demás para que descubran la belleza que anida en ellas. Ayudar a que el otro esté a gusto consigo mismo. Estoy convencido de que nadie comienza un camino de maduración, un despertar espiritual, si no se acepta primero como es y como está. Solo entonces emprenderá un camino de transformación espiritual.

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