Antes de finalizar la Eucaristía, a veces el sacerdote suele decir: “glorificad al Señor con vuestras vidas”.
Y es que la palabra “gloria” proviene de “κλέος”, que se traduce por “fama”, “gloria” o “renombre”. Por lo tanto, al dar gloria a alguien le estamos reconociendo fama y renombre. Y, esta fama… ¿es de alfombra roja, fotos…etc? No, pero sí. La fama a la que se refiere es una fama de alabanza, de sacar noticias, e incluso artículos o camisetas. De hacer bien lo que esté relacionado con Él, de atenderle, hablarle y de querer estar con Él… Pero, no nos avergoncemos, también de renombre, de sana popularidad, de que la gente sepa quién es, y qué hace Dios en nuestro mundo.
Al fin y al cabo, incita a lo mismo que el clásico AMDG -Ad maiorem Dei gloriam, el lema de la Compañía de Jesús-, a dar gloria a Dios, a ofrecerle tus acciones. Y a través de ellas honrarle, llevarle a los demás y darle a conocer. No solo mediante tus obras, sino también mediante todas las dimensiones de tu vida, desde cómo vistes a cómo hablas.
Dios puede hacerlo por sí mismo, pero estamos aquí gracias a Él, entonces, ¿qué más que reconocerle lo que nos ha dado? ¿Qué más que darle gloria a Aquel que todo lo puede, a Quien nos quiere?
Es mostrar el amor y la admiración hacia Él, ser “ejemplo” de Él, darle importancia, porque la tiene. Es mostrar que es importante, que le quieres, y te quiere. Es mostrar que no te es indiferente.
Así que… ¿Por qué avergonzarnos, los jóvenes, de seguir a Jesús? Démosle gloria, fama y renombre a Dios, con todo lo que hagamos. Con toda nuestra vida.
Glorificad al Señor con vuestras vidas. Ni más, ni menos.
