Es curioso cómo algunas acciones nos llaman poderosamente la atención. Poseen como «un no sé qué» que las convierte en hermosas, sobre todo, cuando resplandecen en medio de la dificultad. La película «La vida es bella», por ejemplo, nos lo muestra bien: vivir desde el corazón puede superar el horror que la acecha. Y también Jesús, cuando en la cruz abre la puerta a la grandeza de un perdón que parecía humanamente imposible, pero que Él hizo posible. Ése es el perdón al que Jesús nos llama, el que resplandece en medio de la dificultad.
El perdón siempre cuesta, aunque unas veces más que otras. Cuando me hieren y el otro es consciente, la situación es clara y la reconciliación podrá depender del dolor que sienta.
Pero cuando la otra persona no lo es, o su simple manera de actuar produce dolor en mí  el perdón se complica. Sin embargo, como vemos, belleza y dificultad están llamadas a entenderse.
 
Perdonar comparte frontera con verbos como aceptar, integrar y amar sin condiciones. Y esto cuesta puesto que las resistencias a perdonar vienen a veces de no aceptar a las otras personas como son, de juzgarlas y exigirles según nuestros propios esquemas.
 
Pero éste no es el estilo de Jesús. Él mira con cariño cuando se encuentra con alguien, antes incluso de conocer su historia; se conmueve al descubrir la fragilidad del corazón y dice sin  reservas vete y no peques más.
 
¿Es posible esta manera de mirar, sentir y actuar? El joven rico se volvió entristecido y no accedió a lo que Jesús le invitaba. ¿Por eso Jesús dejó de quererle? ¿O a lo mejor, por eso, aumentaría su amor hacia él? Pero, ¿se puede querer por compasión? ¿O la clave será querer con compasión?
Quizás en lugar de girarnos tras las heridas e intentar olvidarnos, perdonar al modo de Jesús pida girarnos hacia ellas y cambiar la mirada justiciera por la gratuidad del que ama y acepta. 
 
Descubre la serie Obras de misericordia

Te puede interesar