«Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34)
Es difícil perdonar. El dolor, el orgullo, la propia dignidad, cuando es violentada, grita pidiendo ‘justicia’, buscando ‘reparación’, exigiendo ‘venganza’… pero, ¿perdón ? Me sorprendes, Dios bueno, en esa cruz… porque eres capaz de seguir viendo humanidad en tus verdugos. Porque eres capaz de seguir creyendo que hay esperanza para quien clava en una cruz a su semejante. Porque, esta palabra de perdón, dicha desde un madero, es sobre todo una declaración eterna: el hombre, todo hombre y mujer, todo ser humano, conserva su capacidad de amar en las circunstancias más adversas. Y todo ser humano, hasta el que es capaz de las acciones más abyectas, sigue teniendo un germen de humanidad que permite que haya esperanza para él. Y atreverse a verlo es hermoso.
- ¿He perdonado alguna vez?
- ¿He sido perdonado?
- ¿Hasta qué punto creo que la gente puede equivocarse y seguir siendo digna de confianza?
- Dios también me sigue perdonando hoy, por cosas que en mi vida destruyen, rompen, hieren a otros, a mi mundo, por mi pecado
Para leer:
«Yo sé bien que quienes odian tienen buenas razones para ello. Pero, ¿por qué habríamos de elegir siempre el camino más fácil, el más asequible? En el campamento pude experimentar con vívida concreción que cualquier partícula de odio que añadamos a este mundo lo hace aún más inhóspito de lo que ya es. Y creo, quizá puerilmente, pero también de manera tenaz, que si esta tierra se convierte en un espacio más habitable será tan sólo a través del amor, amor del que el judío Pablo habla a los corintios, en el trece capítulo de su primera carta.»
(Etty Hillesum, escrito desde el campo de concentración antes de ser deportada a las cámaras de gas, en El corazón de los barracones)