- Por las interpretaciones. Faltan adjetivos para definir lo que consiguen Anthony Hopkins y Olivia Colman en un duelo que te hace sentir, con ellos, vulnerabilidad, dolor, agotamiento, desesperación, ternura… Ambos están magistrales.
- Por el guion. Es un verdadero acierto contar el alzhéimer desde la perspectiva del enfermo. Entrar en su mundo. Percibir su confusión ante una realidad incongruente. Sentir la impotencia de ver cómo se desmorona tu mundo. Pero además, apuntar también en otras direcciones (las relaciones padres-hijos, la dependencia, el dilema del cuidado…).
- Por la banda sonora, de Ludovico Einaudi, que acompaña muy sutilmente y brilla en los momentos en que se le quiere dar realce.
- Por la agilidad con que se consigue convertir una obra de teatro –ese es el origen del guion– en una película, sin perder la baza de los interiores y al tiempo consiguiendo que nunca parezca estático.




