Sinopsis
Ámsterdam, 1941. Etty Hillesum tiene 27 años y una profunda inquietud por comprender el sentido de cada cosa. En su interior se libra una batalla entre dejarse llevar por el instinto, la ansiedad... o secundar ese deseo de tratar las cosas y a las personas con una sana distancia. El encuentro con su psicólogo, Julius Spier, será decisivo en esta lucha interior: es a partir de ahí que ella empezará a plasmar sus vivencias y pensamientos por escrito. Durante dos años Etty realiza un recorrido espiritual que le irá guiando hacia esa libertad y esa pureza que tanto anhela y que se ve incapaz de conseguir por sí misma. Una de las consecuencias de este renacer, que está íntimamente ligado a una profundización en su relación personal con Dios, será su petición de ir como voluntaria al campo de deportación de Westerbork.
Según datos de la Cruz Roja, Etty Hillesum murió en Auschwitz el 30 de noviembre de 1943, pocos meses después de sus padres y su hermano Mischa. Lo que distingue a esta joven es la gracia que recibió de lo alto los dos últimos años de su vida, así como su lealtad con esa gracia recibida, que le hizo libre en un contexto en el que cabría esperar de todo salvo la afirmación de que «la vida es hermosa y está llena de sentido».
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Porque es fácil identificarse con esta chica, a pesar de que hayan pasado casi 100 años desde que sucedieron estos acontecimientos. Su deseo de conocerlo todo al inicio es un querer atrapar la realidad, comerse el mundo, amar hasta el infinito, y todos los intentos que realiza para conseguirlo son en medio de un desorden: comiendo en exceso, teniendo varios amantes al mismo tiempo, etc. En cambio, esa novedad que entra en su vida a raíz de su relación con Spier le reconduce y le lleva a caminar cada vez más ligera, comprendiendo que la verdadera libertad procede de la sola dependencia de nuestro Creador.
Etty vale la pena porque es imposible etiquetarla: no se identifica plenamente con ninguna religión, y, sin embargo, recibe la gran gracia de percibir la presencia de Dios en cada cosa y cada persona, así como de comprender que toda la lucha en esta vida tiene lugar en el interior de uno mismo. Las heridas afectivas, los pecados que comete, su arrogancia a veces y, otras, su sentimiento de pequeñez son cuestiones que nos ayudan, gracias a su seriedad en el camino vital, a identificarnos con ella y a mirar nuestras propias heridas, nuestros propios pecados y límites con la certeza de que están envueltos en la Misericordia del Padre.
Para pensar
– ¿Es malo desear poseerlo todo? ¿Cuánto de este deseo podemos alcanzar en esta vida?
– ¿Qué hay detrás de un comer compulsivo? ¿Cómo podemos hacer que las cosas sean nuestras sin estropearlas?
– ¿Es bueno tener abiertas las heridas del corazón? ¿O sería mejor esconderlas?
– ¿Hay algo que responda a las preguntas más profundas que tenemos sobre la existencia? ¿Qué es?