Te vas a sentir irremediablemente viejo, pero ya hace 20 años que se publicó Harry Potter y la Piedra Filosofal, el libro que daba inicio a las aventuras de Harry, Ron y Hermione en su lucha contra El-que-no-debe-ser-nombrado. Y por increíble que te parezca, ya hace nueve años desde que se publicó el libro que cerró la saga, Las Reliquias de la Muerte.

Para toda una generación Harry Potter fue nuestro compañero inseparable, de su mano nos despedimos de Manolito Gafotas y entramos de lleno en la adolescencia. Harry y sus amigos nos metieron en ese mundo en el que la amistad va ganando peso y los lazos se van tejiendo sabiendo que queda mucho tiempo para gastar juntos.

Visto desde otra perspectiva, la historia creada por J.K. Rowling no deja de ser una historia de instituto, como tantas otras han tenido éxito en la tele, el cine, o las novelas para adolescentes. Sin embargo, los que nos enganchamos a la saga sabemos bien que hay un fondo mucho más profundo que en el resto de películas sobre institutos o vida universitaria. En la historia de Harry por supuesto hay momentos para el primer amor, las rivalidades con otros alumnos, las malas relaciones con profesores… Pero no forman parte del mensaje principal que nos transmite. Porque sabemos que lo principal, por lo que se sacrifican y pelean nuestros amigos y compañeros de viaje, es por el triunfo del bien sobre el mal. Y no se ahorran nada en esa lucha, la muerte, la incomprensión, la impotencia tienen su lugar, y siguiendo sin descanso la lectura aprendimos que no debíamos temerlos, pero tampoco resignarnos y abandonar aquello por lo que hemos decidido emprender la lucha.

Harry Potter nos acompañó en el difícil paso hacia empezar a comprender lo complejo de la vida, en el que hasta el villano más terrible puede tener su oportunidad de redención, cuando los blancos y negros se desdibujan y vamos comprendiendo que la fuerza más valiosa y con mayor poder es el amor entregado.

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