Mario Calabresi, uno de los periodistas italianos más prestigiosos, relata en primera persona, con crudeza, pero sin revanchismo, su propia historia personal y familiar, así como la de tantas familias y personas, con nombres y rostros concretos, a las que una violencia fanática y sin sentido les destrozó la vida para el resto de sus días. Narra el olvido e incluso la vergüenza que, en forma de sufrimiento añadido, han tenido que soportar las víctimas. Por último, Calabresi hace una lúcida y necesaria reflexión sobre la perversión del lenguaje con la que, desde el fanatismo ideológico, se intenta justificar la violencia asesina que siempre será injustificable.
«No creo que la pena de aquellos cuyo esposo o hermano ha sido asesinado acabe nunca y, en cualquier caso, su fin no puede justificarse con un sello en un papel. La disparidad de trato entre quien asesinó y quien fue asesinado es irreparable, se prolonga a lo largo de los años, agravada por el hecho de que quienes asesinaron entonces escriben memorias, son entrevistados en la televisión, participan en algunas películas, ocupan puestos de responsabilidad, mientras que a la viuda de un agente nadie va a preguntarle cómo ha vivido desde entonces sin su marido, si tiene hijos que vivieron una infancia de orfandad, si el tiempo que ha pasado les ha cicatrizado las heridas, el pesar, el dolor» (pp. 96-97).