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A lo largo de sus páginas, la autora recorre la vida de Mateo Ricci. Un jesuita italiano nacido en siglo XVI, justo cuando fallecía San Francisco Javier. Tuvo la suerte, el talento y la audacia de penetrar en el Imperio Chino, algo casi imposible en aquella época. Su fe, sus refinados modales y sus conocimientos de astronomía, geografía, filosofía y matemáticas le llevaron a poner los cimientos de la Iglesia católica en China, a ser aceptado e integrado con la corte del emperador y a pasar a la historia como uno de los grandes misioneros de la Compañía de Jesús.

La autora hace un recorrido delicado y pormenorizado de la vida de este misionero italiano. No se trata de un libro espiritual, pero señala con rigor y maestría al mismo tiempo qué tenía en el corazón el bueno de Mateo Ricci y qué le llevo a hacer lo que hizo. Al mismo tiempo, da claves importantes de qué significa ser misionero, de cómo es la Compañía de Jesús, de en qué consiste el diálogo con la ciencia y lo importante que fue para aquellos hombres el amor y el conocimiento de la cultura china.

«En otras [cartas] me acuerdo de haber escrito a mis hermanos que piensen a menudo en nosotros los religiosos, que estamos en estos países como en un exilio voluntario, lejos no solo de nuestros seres queridos, padre, madre, hermanos y parientes, sino aun de gente cristiana y de nuestra nación, y a veces en lugares, donde en diez y veinte años no pasa ni siquiera un hombre de Europa, y algunos, como los que estamos en China, sin comer nunca pan ni beber vino; otros, como en Malaca, sustentándose con harina de árboles, y otros de raíces de hierbas. Algunos van descalzos con un sol tan ardiente que por arriba les atormenta la cabeza y por debajo la tierra les abrasa los pies, todos vestidos con hábito de peregrino. Aquí estamos con las barbas largas y con el cabello hasta los hombros, en casas que ni nuestros trabajadores las tienen tan tristes; y muchas veces huimos de los enemigos que vienen a hacernos daño, como me ocurrió a mí una vez, que salté por una ventana y me torcí un pie, que todavía me duele. Otros naufragan en el mar y en los ríos, como también me tocó a mí; otros fueron crucificados por los enemigos, otros traspasados con flechas, otros con dardos; y los que vivimos siempre estamos con la muerte ante los ojos, por estar entre millones de gentiles, todos enemigos nuestros. Y todo esto por amor de Dios, y para que Dios nos perdone nuestros pecados y nos libre del infierno; y con todo esto lloramos y derramamos cada día muchas lágrimas, no sabiendo cuál será el juicio de Dios. ¿Qué deberán hacer, pues, los que están en su casa con sus parientes y amigos, seguros, en medio de comodidades y placeres? […]. Yo de verdad no puedo prometerme muchos años, y ya estoy todo blanco, y estos chinos se asombran de que, en edad no tan avanzada, yo sea tan viejo y no saben que ellos son la causa de mis cabellos canos».

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Editorial

Mensajero

Año de publicación

2017

Páginas

362

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