El cuerpo, durante siglos, ha estado entre los “objetos perdidos” del Cristianismo; no se tenía demasiado en cuenta y nadie lo reclamaba si no era para sospechar de él. Hemos vivido sin darnos cuenta de que la espiritualidad cristiana es una espiritualidad de la encarnación y que ésta, sin el cuerpo, se convierte en una espiritualidad superficial y, de alguna manera, un tanto falsa.
Nuestro cuerpo actual es solo una fatal elaboración de la mente egocéntrica. La mente en él corporaliza sus miedos, sus ansiedades, sus ruidos… Impide que sea Dios quien “se haga carne” en nuestro cuerpo y se haga prolongación misericordiosa de Cristo en el mundo.
Recuperar el cuerpo es darle a nuestra profundidad personal (habitada por el Espíritu y evangelizada) la posibilidad de salir a la superficie y de ser luz para todos; y dar a Cristo Jesús la posibilidad de que se encarne en nuestro tiempo y pueda “ser visto”.
Nicolás Caballero, claretiano, lleva décadas dedicado a investigar y divulgar una pedagogía integral para orar y enseñar a orar. Podríamos encuadrarlo dentro de la escuela de la oración profunda, con el benedictino Willigis Jäger y el jesuita Franz Jalics, entre otros. Es una obra no para principiantes, sino especialmente dirigida a los que, ya internados en las sendas de la oración, sienten aún más sed de encuentro con el Señor.
«Si cambiamos la manera de pensar la oración como una actividad: “hacer” oración; si la formulamos como un despertar al Acontecimiento que ya está ocurriendo ahora en nosotros, habremos orientado algo tan fundamental como es el proceso de nuestra relación con Dios. A partir de esta manera de concebir la oración es más fácil entender y realizar la pedagogía que facilita: la oración no se hace; es un progresivo despertar al Dios que nos habita. La pedagogía oracional trata de favorecer el despertar interior. Y esto no se logra acumulando, sino simplificando, adelgazando nuestros recursos personales y descubriendo la condición esencial de la pobreza en la que nacimos de Dios».