A veces nuestra oración nos parece insuficiente, en parte porque nos quedamos en lo racional, en lo mental. Al hablar de “gestos de la oración” nos situamos en el nivel común de la experiencia corporal. El cuerpo es un lugar decisivo para entrar en contacto no sólo con nosotros mismos y nuestra experiencia interior, sino también con Dios. El cuerpo es un compañero importante en el camino de nuestra maduración humana y también en nuestro camino espiritual, un barómetro (casi) infalible de nuestra relación con Dios. Integrar en la oración nuestro cuerpo, sin dejarlo a un lado y sin rechazar todo lo que tiene que decirnos, es un arte.
“Los gestos de la oración desearían llevarnos a esta auto-experiencia de la persona redimida y sana. Y a esta experiencia de nosotros mismos solo podemos llegar si nos entregamos a Dios en los gestos. Si seguimos girando egocéntricamente y realizamos solo los gestos que responden a nuestro estado de ánimo, terminamos teniendo una experiencia de nosotros mismos muy reducida. Descubrimos en nosotros muchos ámbitos y posibilidades solamente si en los gestos orientamos nuestro cuerpo hacia Dios y nos dejamos llevar por él a la recta medida, a la forma de nuestra verdadera imagen que nos sana”.