Andrea Tornielli traza, en estas páginas, un retrato completo y muy interesante de Martini. A través de sus escritos, homilías y palabras dichas en diversas ocasiones. Se trata de un recorrido no solo por su etapa al frente de la archidiócesis milanesa, sino por toda su vida, desde los primeros años, en familia, hasta sus últimos pasos, ya aquejado por el Parkinson, y a caballo entre Jerusalén y Milán. De Martini se dijo, durante años, que era un posible sucesor de Juan Pablo II, se le etiquetó como progresista, liberal, culto… Hubo quien lo valoró por ello, y quien criticó duramente sus posiciones. Sin embargo, a menudo la caricatura o la etiqueta dice poco de la verdadera complejidad de las personas. Con Martini también ocurre. De ahí el valor de un libro como este. Su autor es un profundo conocedor de toda la obra del jesuita italiano, y desde ahí sistematiza, con acierto, las grandes líneas de su pensamiento y señala sus posiciones como pastor, dispuesto a afrontar las grandes cuestiones políticas y sociales (el régimen fiscal, la relación entre la escuela pública y la privada, las uniones de hecho), éticas (la visión de la sexualidad, aborto, eutanasia, aborto) y religiosas (liturgia, rito latino, ecumenismo, sacerdocio y celibato, el papel de l a mujer, el diálogo entre creyentes y no creyentes…), cuestiones todas ellas que preocupan a la sociedad occidental y la Iglesia católica. Sin ser un libro exhaustivo (sería imposible), permite hacerse una idea amplia de la trayectoria y la importancia de Martini, el profeta del diálogo.
«Considero que cada uno de nosotros tiene en sí un creyente y un no creyente que dialogan en su interior, que se interrogan el uno al otro, que se hacen continuamente preguntas punzantes e inquietantes. El no creyente que hay en mí inquieta al creyente que también hay en mí, y viceversa (…) …se trata de hacer emerger las preguntas que tenemos dentro. Significa inquietar a quien cree para hacerle ver que tal vez su fe está fundamentada sobre bases frágiles, y de inquietar a quien no cree para hacerle ver que nunca ha profundizado en su incredulidad» (A propósito de la Cátedra de los no creyentes; p.71)