La fe en diálogo con el mundo.

En septiembre de 2001, el cardenal Carlo María Martini pronunciaba una homilía, la última como arzobispo de Milán, con la que se despedía de su diócesis. Acababa de cumplir 75 años, y en sus palabras se contenía su testamento espiritual. Hacía referencia a la carta pastoral, también la última titulada Según tu Palabra. Recogía el pasaje evangélico en el que Jesús les decía a sus discípulos «¡Remad mar adentro!» y Martini lo aplicaba a la vida del cristiano y a la suya propia: «Estamos llamados a recomenzar desde la Palabra, a basar en ella toda nuestra vida personal y de Iglesia».

Esta es la vida de Martini, conocer la Palabra de Dios y vivir desde ella. Pero una Palabra que es vida y que da vida; una Palabra que se expresa en la Escritura y que se dirige a toda la humanidad; una Palabra que también nos habla desde los que no creen o desde los que creen de otras maneras. Una Palabra que nos reta, nos invita a salir de nosotros y nuestras cosas y a encontrarnos con Dios en todas las cosas y en todas las personas, especialmente en el servicio a los más pobres.

Dedicó su vida a la Palabra. Primero como estudioso, luego como pastor. Pero ya antes de entrar en la Compañía de Jesús vivía esa pasión. «Mi amor por la Escritura nació muy pronto y tiene varias raíces. Una de ellas son las meditaciones sobre el Evangelio, que comencé a practicar a los diez u once años. Con el tiempo, con el estudio, este amor creció y ocupó mi vida entera».

Su nombramiento como Cardenal de Milán le proporcionó la oportunidad de poner su sabiduría y erudición en un servicio pastoral, de cuidado de las personas. Pero siempre lo hizo de una manera especial: escuchando las personas, escuchándose a sí mismo, atento al Espíritu ‘que sopla donde quiere’: Fundo la cátedra de los no creyentes: «Darle voz al increyente que hay dentro de nosotros con la ayuda de los no creyentes. La fórmula es muy atractiva: no es conferencia, no es predicación, ni apologética, sino que es hacer emerger las preguntas que llevamos dentro. Significa inquietar al que cree para hacerle ver que tal vez su fe está fundada en bases frágiles, y también inquietar al que no cree para hacerle vez que quizás no ha profundizado suficientemente en su incredulidad».

Supo hacer llegar esta Palabra a otros. Su talla intelectual, su honestidad de no rehuir ninguna cuestión, su capacidad de poner en palabra y hacerla pública, lo que muchos comentan en voz baja o no se atreven a pensar le hacen enormemente atractivo para nuestra sociedad. Pero también supo consolar, hacernos volver a la raíz de nuestra fe, a nuestra esperanza. Con realismo y con fe.

Poco antes de morir, en agosto de 2012, escribió: «¿Por qué no nos liberamos? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en vez de coraje? La fe es el fundamento de la Iglesia. Yo soy un viejo enfermo y dependo de la ayuda de los demás: las buenas personas de mi alrededor me hacen sentir el amor. Este amor es más fuerte que el sentimiento de desaliento que tanto percibo y que ataca a la Iglesia en Europa. Solo el amor vence al cansancio. Dios es amor.»

 

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