Por dos motivos muy sencillos. El primer es porque conviene seguir la pista a Julio Llorente. Sin duda uno de los grandes pensadores de nuestro país en el futuro, y me atrevería a decir casi del presente, por su particular visión de la vida y de la realidad. En segundo lugar, porque cada aforismo da para hacer un buen rato de meditación -por no decir oración-, al más puro estilo Baltasar Gracián sj.
«La escritura de Julio tiene un orden espiritual concreto, pero también me gusta que contradiga a sus maestros, y que se sienta capaz de disputarle una certeza a Chesterton, a san Agustín o a ese Sócrates que hablaba por boca de Platón. Creo, por eso, que el libro de Llorente sólo puede conducirnos al optimismo o, como el mismo dirá, a la esperanza, que es mucho más noble y potente que la juiciosa expectativa que formulan los que saben sólo de cálculo. Los que juegan a la literatura terrible insisten en que los libros deben desafiarnos o inquietarnos. Pero se equivocan. El libro de Julio Llorente es importante porque nos llena de tranquilidad por todo lo que nos dice y nos hace heredar. Mientras haya un joven que siga leyendo los textos viejos del Mediterráneo, Occidente y el mundo estarán salvados». Del prólogo de Diego Garrocho.