Aunque es una obra densa y en castellano antiguo se puede leer con relativa facilidad. Pero sobre todo, se puede descubrir con calma, invitando a pararse y meditar en algunos puntos y, sobre todo, a reconocerse en muchísimas actitudes.
Porque como ocurre con los grandes clásicos, sigue siendo actual y sirvió de inspiración a filósofos relevantes como Schopenhauer o Nietzsche entre otros. Y es que presenta una forma de acercarse a la moral propositiva, que ayuda a distinguir el bien del mal y, sobre todo, a salir airoso de las dificultades propias y ajenas.
Asimismo, recoge una sabiduría de vida que ya está presente en la tradición y en el Antiguo Testamento. Demuestra un gran conocimiento del ser humano y el lector pronto podrá descubrir cómo se plantean problemas de ayer, hoy y siempre. Por otro lado, sutilmente muestra algunos puntos y estilos muy propios de la espiritualidad ignaciana y del «modo de proceder» de los jesuitas.
Y por último, aunque parece un género de otro tiempo, intenta llevar al lector por el buen camino, sin divagar entre la imaginación y el ego, más bien aceptando la mediocridad propia y ajena y haciendo de la virtud y de la prudencia una forma de vida.
«Los muy sabios son fáciles de engañar, porque aunque saben lo extraordinario, ignoran lo ordinario de vivir, que es más preciso. […] ¿De qué sirve el saber si no es práctico? Y el saber vivir es hoy el verdadero saber».