La primera vez que sales a estudiar al extranjero llamas a casa a cobro revertido. Basta con conectar con la operadora, darle el número del teléfono y esperar a que mamá diga “acepto”, cuando la operadora le pregunte: “fulanito solicita llamada a cobro revertido, ¿acepta la llamada?”. Es fácil la vida a cobro revertido, tienes todos los beneficios (de la distancia, de la independencia, del contacto sin roce) y ningún coste.
Pero ¿es posible la vida a cobro revertido? Durante un tiempo piensas que sí, que no hay nada más evidente y más fácil. Además todo el mundo te invita a vivir a cobro revertido: compra sin pagar, paga sin trabajar, trabaja sin sudar, suda sin sufrir… El problema es cuando te pasan la factura, porque, desengañémonos, todas las cosas en este mundo se acaban cobrando y siempre hay alguien que tiene que acabar pagando. Queremos carreteras y plazas públicas a cobro revertido. Queremos estudios universitarios a cobro revertido. Queremos sanidad pública de calidad a cobro revertido. Queremos que alguien haga por nosotros el “trabajo sucio” en el terreno de la política a cobro revertido. Queremos gente que tire del carro de nuestras instituciones, nuestro club, nuestra asociación de vecinos, nuestra parroquia… a cobro revertido. Queremos tener hijos a los cuarenta, después de haber viajado mucho, después de haber salido mucho por las noches y de habernos realizado, y todavía los queremos a cobro revertido.
De acuerdo, sería genial, pero no es posible. Cuando llames hoy a mamá para ver cómo está el canario, para desahogarte del mal día que has tenido, para que te dé algún mimito de esos que levantan al ánimo, no te olvides de preguntarle cómo le va a ella y de darle algún mimito de los tuyos, y no te olvides tampoco de decirle al final: “Bueno mamá, ¿te has fijado que no te he llamado a cobro revertido? Hoy la llamada la pago yo”.