Uno de los grandes reclamos del turismo son los viajes del “Todo incluido”, donde te garantizan que no has de pagar nada, que todo lo que disfrutes será gratuito. Nos demos cuenta o no, algo parecido nos pasa en la vida. Quizá sea la costumbre, el que “siempre ha sido así”, la cotidianeidad… la que nos lleva a percibir como necesario todo aquello que es gratuito y no nos deja caer en la cuenta de que nuestra vida también es un viaje con “todo incluido”, donde no hemos pagado ni el billete, y se nos ofrecen multitud de servicios y oportunidades sin que hayamos hecho nada para merecerlas. 

La conciencia de la gratuidad es uno de esos prismas que modifican sustancialmente nuestra percepción de la vida. Y es curioso el efecto de “embotamiento” que producen la rutina y lo cotidiano, y que nos impide ser conscientes de este carácter gratuito de gran parte de nuestro contexto. No es obligado el que mis padres se desvivan por mí, ni es “por que sí” el contar con el cariño incondicional de mi gente. No es ley de vida el tener amigos con los que contar, ni lógico el abanico de diferentes experiencias que me va ofreciendo la vida. No es simplemente normal el que yo pueda amar a una persona, ni se explica por ser habitual el que pueda rezar a Dios y saberme en sus manos… Nadie me debe nada, no lo he ganado ni pagado de ninguna manera… ¡pero todo está ahí! La naturaleza y su belleza, la vida y su misterioso acontecer, las relaciones personales y su viveza, el amor y su alegría, Dios y su entrega incondicional…

Nos demos cuenta o no, todo está ahí, y de una u otra manera, algo se nos da… ahí está la gracia, nunca mejor dicho.  De esta manera podríamos decir que estamos hechos para vivir en referencia agradecida a este Dios que nos ha puesto aquí. Ser conscientes de esto supone vivir cada día como nuevo, a estrenar, regalo y oportunidad. Equivale a vivir a las personas y relaciones como horizontes y posibilidades abiertas: no hacer trueques ni chantajes, sino dar gratis lo que me es dado… sin reglas de mercado ni cuentas que llevar… supone no hacer méritos o ganar puntos, sino aprender a entregarme y a recibir e intentar ser consciente de ello… Y no se trata de dejarse llevar, sino profundizar y buscar en la vida disfrutando agradecido lo bueno que me voy encontrando. 

Así, la manera más auténtica y plena de vivir como ser humano se funda en el agradecimiento. Por eso hemos de mantener despierto este sentido de la gratuidad de la vida, ejercitar cierta distancia sobre lo cotidiano y redescubrir los dones en lo dado. Es de bien nacidos ser agradecidos. 

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