Suele ser una tradición en este mundo tan polarizado y suele ser algo normal en los Premios Goya. Reivindicaciones que son costumbre –muchas de ellas legítimas– y reivindicaciones que brillan por su ausencia.
 
Más allá de las opiniones que cada uno podamos tener sobre la carga ideológica del cine o la utilización que se hace de este medio para generar dogmas modernos, debemos de ser capaces de superar esta polarización y centrarnos en qué pistas nos puede dar el Evangelio para mirar la realidad.
 
Jesús siempre aparece defendiendo la dignidad de la persona, sin condiciones. Esto se recoge muy bien en el Evangelio: amar a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Ese prójimo del que nos habla el Evangelio, no esta condicionado a los que piensan como nosotros, a los que son de nuestro estilo o a los que creen en lo mismo que yo. Este no es el amor del que habla.
 
El amor del prójimo que recoge Jesús es un amor incondicional, a todos, sin peros, sin condiciones, sin discriminar a nadie. Por eso, no debemos defender sólo a los que considero que son de los míos, a los que piensan como yo –que defiendo el derecho según sea de mi ideología–.
 
Los ejemplos pueden ser infinitos, como la vida misma. Si yo condeno las persecuciones, tengo que condenarlas todas: las que son de cristianos, de ateos y de otros colectivos, sean de los que sean. Si estoy en contra la guerra, pido el fin de la guerra de todos los conflictos, porque para los cristianos toda persona merece la misma dignidad sin condiciones, pues creemos que Dios nos ama a todos incondicionalmente.
 
El horizonte es claro, llevarlo a la práctica no tanto.

 

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