Hace unos días las redes sociales empezaron a echar humo por unos comentarios de José Luis García Sánchez al recoger la Espiga de Oro de Honor en la Seminci de Valladolid. En el discurso defendía la industria del cine y exhortaba a los asistentes al acto a ir más al cine y menos a las procesiones.

Supongo que esta forma de hablar responde a su perfil de rebelde y crítico, pero no creo que sea de recibo repartir moralina a las personas que te están dando un premio, cuando seguramente muchos de ellos viven la Semana Santa con devoción y seriedad. Tampoco aprovechar que tienes el micrófono para mostrar tu ideología. Pero sobre todo es preocupante la percepción que mucha gente sigue teniendo de la cultura, como si fuera la sustituta de la religión para el hombre del siglo XXI. O peor aún, como si la religión fuese un recurso pobre de gente ignorante que busca adoctrinamiento fácil. La cultura, si no se usa como herramienta política, sirve para llegar a lo más profundo de las personas, para unir a la sociedad y para expresar la vivencia más íntima del ser humano. Si se conoce la cultura y la religión en profundidad, se descubre que tienen más puntos en común de lo que mucha gente se piensa.

Mi madre dice que mucha gente critica a la Iglesia, pero todo el mundo conoce a un cura bueno. La crítica a la Iglesia es deporte nacional, y siempre va a haber gente que solo se fije en nuestro lado malo y en nuestros errores, muchos de ellos ciertos y otros probablemente injustos. Y tal vez haya motivos (y contextos) donde cuestionar la religión o dialogar sobre ella. Pero lo que seguirá sin ser de recibo es la mala educación, el elogio de lo propio a base de atacar lo ajeno sin necesidad, o la gracieta cuando no viene a cuento. Vamos, que en este caso, el guionista se salió un poco del guión y confundió géneros.

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