Me impresionó ayer en el evangelio ver a Jesús un tanto desmoralizado, al constatar que hay gente que, hagas lo que hagas, le saca punta (si a Juan le atacan porque ayuna, al propio Jesús porque come y bebe). La cuestión es juzgar, y atacar. Jesús terminaba diciendo que la sabiduría se ve en las obras y no tanto en las palabras…
Me sentí tocado, quizás porque, por algunas alusiones y provocaciones recientes andaba yo más herido (nunca aprendo). En la homilía de la eucaristía de la noche traté de traducir a hoy en día esa mirada… y me salía esto. (Por si sirve)
Creo que las palabras de Jesús al criticar a quienes nunca están contentos se podrían traducir con cierto sentido del humor, pero también con cierto realismo. Y son una advertencia contra los quejicas integrales, contra los provocadores natos, contra los pelmas que nunca suman pero siempre están con objeciones y sospechas. Contra quienes siempre ponen peros. Contra quienes constantemente exigen, pero nunca se regalan.
Son quienes, si pueden ver el vaso medio lleno o medio vacío, lo ven medio vacío (se consideran voz que grita en el desierto, pero en realidad son gente que da la tabarra). No es su voz el eco de la buena noticia de Jesús, ni hay amor en sus palabras, sino ganas de incordiar. Siempre tienen un pero. Siempre otra réplica, hasta el infinito. Ahora, como se te ocurra protestar, el problema lo tienes tú, que eres un soberbio, que no aceptas las críticas, o que tienes la piel muy fina.
Están los pasivos agresivos, que tras una supuesta dulzura en las formas, aparentes sutilezas y buenos modos, vienen llenos de desprecio a exigir que todos tenemos que ser creyentes de una única forma. La misericordia la consideran buenismo. La solidaridad, convertirnos en una ONG, la pluralidad, relativismo. Los inmigrantes, en su casa. Los curas, los buenos son los que predican a mi gusto, los que formulan a mi gusto, los que se visten a mi gusto. El papa, si me gusta, intocable. Si no, un hereje.
También están los creyentes líquidos, que cargan sin piedad contra quien intenta defender que hay límites necesarios. Si hablas de valores –y ya no te digo de valores absolutos–, te acusan de fundamentalista, de talibán o de intransigente. Si hablas de fe, te miran como diciendo que no eres inclusivo. Si rezas de una manera determinada, o te gustan las celebraciones con determinada estética, ritmo, etc, eres –según lo que ellos consideren válido– un frívolo, o un rancio o un carca (que para todo hay). Y yo me pregunto, ¿no nos podemos dejar vivir en paz y tratar de comprender en otros modos, otras formas y otros caminos el esfuerzo por construir el Reino de Dios de distintas maneras?
¿De qué se trata entonces?
De dejar que la sabiduría se acredite por las obras.
¿Cuáles? El amor concreto y aterrizado. El respeto al otro. La misericordia.
La búsqueda de Dios que nos ayuda a encontrarnos entre nosotros y a reconocernos hermanos y hermanas en nuestra diferencia.
Las palabras que no buscan enredar, sino ayudar.
La escucha del evangelio que nos transforma el corazón de piedra en corazón de carne.
Y en todo caso, la defensa, siempre, de los pobres de Yahveh, los más pequeños.