No sé si todos damos el mismo valor al perdón. Me da la sensación de que para unos todavía es importante mientras que para otros se ha convertido en algo banal, secundario, casi artístico.
El problema es que el perdón es muy importante. Es tan importante como el pecado. Pero claro, las dos palabras, como decíamos, están desvirtuadas en la actualidad.
Pedir perdón es un acto de humildad y, en ocasiones, de humillación. Y ¡oye! no pasa absolutamente nada, más bien, al revés, agradece ver cómo una persona pide perdón. El sujeto engrandece.
Son muchas las ocasiones que tenemos para pedir perdón porque son muchas, desgraciadamente, las veces que metemos la pata. En el mundo del deporte también ocurre con mucha frecuencia y hace unos días, tuvimos ocasión de ver cómo un árbitro, Ignacio Iglesias Villanueva, escribió una carta abierta, publicada en la web de la Federación Española de Fútbol, donde pedía perdón por sus errores cometidos en el partido de la jornada 17 de primera división entre el Cádiz y el Elche.
Si el error es frecuente en nuestras vidas, no debería de haber sido noticia que una persona pidiera perdón por sus errores, pero aquí se juntan dos elementos que conviene tener en cuenta para percibir el alcance de la noticia.
En primer lugar, en el mundo del fútbol, desgraciadamente, no estamos muy acostumbrados a ver cómo se pide perdón. Se comenten muchos errores, algunos con mucha intencionalidad, pero, sin embargo, no se suele pedir perdón. Pongo por ejemplo las miles de veces que los jugadores se tiran al campo fingiendo una falta sabiendo que no han sufrido ninguna acción sancionable y no se levantan pidiendo disculpas sino que, más bien, piden explicaciones al árbitro por algo que no lo merece. En otro deportes también hay «trampeo», que algunos camuflan llamando picardía, pero no es tan exagerado como en el fútbol.
En segundo lugar, hay roles a los que no se les está permitido cometer errores. Médicos, jueces, inspectores de Hacienda… y árbitros deportivos. Ciertamente a mayor responsabilidad debe haber mayor preparación. No quiero caer en la trampa de valorar unas profesiones por encima de otras, pero esperemos que el médico que opera a corazón abierto, o el juez que tiene que decidir si mete en prisión a alguien, no cometan errores. Y en la figura del árbitro, se concentran una serie de odios y rencores sociales que son, claramente, injustos. El deporte necesita tanto a los jugadores como al árbitro y todos pueden cometer errores. Es verdad que hay mucho en juego (para algunos, cuando decimos «mucho» no estamos hablando de las pasiones de los aficionados ni de los tres puntos por partido, sino del dinero) pero eso no debe ser condición ni necesaria ni suficiente para dejar de comprender que cualquiera puede errar.
Me quedo con una frase que dice el propio árbitro en su declaración: «Soy deportista y acepto cuando fallo […] me equivoqué y no hay más lectura que esa». Ojalá seamos todos tan honestos y humildes para reconocer nuestros errores y pedir perdón a las personas que dañamos. Desde aquí rompo una lanza a favor del señor Iglesias Villanueva, de los árbitros, y de todos aquellos que admiten los errores y tratan de corregirlos. Creo que gracias a ellos esta sociedad es un poquito mejor.