Al ver a algunas personas atentar contra esculturas y obras de arte, tirando pintura u otras atrocidades, siento por dentro, una pena enorme. ¿Cuál es la ganancia? Creo que tiene que ver con una llamada de atención por algunos acontecimientos que necesitan un cierto meneo. En el escenario público se ven quejas, mítines y manifestaciones, contra las autoridades españolas para que pidan perdón por las matanzas hechas al pueblo indígena latinoamericano en la antigüedad.  

No quiero entrar, por desconocimiento, en temas políticos, entre países, me abruma. Quiero ir a un tema de fondo, que me cuestiona. Sale la necesidad del perdón: de pedir perdón, de ser perdonados, de decir explícitamente “lo siento o lo sentimos”.

Al escuchar esto, cuántos hermanos o padres o hijos estarán pensando: eso es lo que me pasa a mí. Mi hermano debería pedirme perdón, mi padre debería pedirme perdón, mi amigo debería abajarse y pedirme perdón, y así… en tantas relaciones. El conflicto es una realidad tan humana y tan verdadera. Desde aquí, algunas apreciaciones:

Toda relación puede producir daño. Intencionado o no. Hay un dicho español: “el roce hace el cariño”; y la rozadura. Todo contacto con el otro va generando un vínculo de cariño y afecto. Cuanto más nos tratamos más nos conocemos y eso abre la puerta de crecer en amistad. Pero, también, cuanto más aumenta la convivencia más aparecen las sombras de cada uno, causa de dolor, daño y conflicto.

El perdón no se puede exigir. No es obligatorio. Es algo gratuito, debe nacer del propio deseo del sujeto. Se puede reclamar y pedir, pero no siempre se da y se ofrece el perdón sentido. Pedir perdón al otro debe hacerse desde el profundo deseo de asumir y aceptar las heridas que se hacen. El perdón aceptado por el que sufre, conlleva convivir con la herida. Y el que agrede, la valentía de reconocer y ponerse en verdad.

Perdonar tiene mucho de comunicación y diálogo. Cuanto más nos auto-centramos, más nos cerramos a la posibilidad de restablecer cualquier relación. Decir-nos abre en nosotros la posibilidad del encuentro. Es ahí, en ese encuentro donde se puede pedir perdón y se puede acoger el perdón.

La invitación no va en subirnos a pulpitos para gritar la obligación de pedir perdón; sino de facilitar encuentros que posibiliten aceptación, asumir, reconciliar, perdonar… la cantidad de roces en nuestra vida.  

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