El modo de gobernar propio de la Compañía de Jesús ha despertado mucho interés desde los inicios de la Orden. Tanto, que se han escrito muchos libros que intentan adaptar el modo de liderar una organización a aquellas personas que no pertenecen a la Orden, con el objetivo de dar un mayor propósito a la organización donde trabajan, y el concepto Liderazgo Ignaciano ha hecho fortuna.
La manera de gobernar, inspirada en la espiritualidad ignaciana, tiene unas características que la hacen moldeable a circunstancias históricas muy diversas. No son pocas las personas que miran el modo de gobierno de San Ignacio como si buscaran la piedra filosofal de la gobernanza de las instituciones. Pensaréis que este articulo quiere hablaros de liderazgo. Todo lo contrario: vengo a hablar de ese amor al Dios de Jesucristo que es quien inspira en realidad el ejercicio de gobierno.
Voy a comentar brevemente las cuatro características de la palabra gobierno, tal como la explica el Diccionario de Espiritualidad Ignaciana[1]. Pero antes dejarme hacer un previo: el ejercicio de gobernar es equivalente al acto de servir. Sinceramente creo que los problemas empiezan cuando creemos merecernos por méritos la responsabilidad que ejercemos, olvidándosenos el horizonte de servicio. Porque cuando no hay un deseo ordenado, entonces, las decisiones implicarán defender un estatus y no solucionar un problema o afrontar un reto. Asumir la responsabilidad de ponerse al frente de un grupo de personas (sea un grupo de confirmación, un colegio, una universidad, una ONG…) no va de impresionar a la gente con tus capacidades o porque “nadie te tosa”, sino más bien en ser capaz de un servicio arrodillado de aquella persona que pone su ‘yo’ en el lugar que corresponde.
Un gobierno espiritual y orante, que pone a Dios en el centro. Dios inspira decisiones e impulsa interiormente nuestro deseo de cambiar. Esta escucha compartida nos pone a todos a la escucha: jefe y súbdito se ponen a la escucha de la misma Palabra.
Un gobierno discernido, que decanta entre las distintas mociones que una posible decisión despierta. Un gobierno que deja tiempo para el diálogo con la realidad y con la misión de la misma Compañía, que nos hace salir de esquemas propios.
Un gobierno iluminado por el consejo de otras personas que ayudan a la persona que toma la decisión a confirmar la decisión, y acompañan a la persona a purificar los propios deseos.
Un gobierno subordinado, que deja a cada persona, en la confianza de una sana delegación, asumir las responsabilidades que tiene que ejercer. Sin prisas…¡pero sin pausas!
Pero todo esto persigue hacernos disponibles y atentos a la voluntad de Dios para nuestras vidas. Para poner la misión y el servicio a los demás en el centro de nuestras vidas. Que el Señor nos conceda entender la íntima conexión e identificación entre el gobernar y el servir.
[1] Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, Ed. Mensajero/Sal Terrae (Colección Manresa 36), Bilbao, 2007, Voz “Gobierno”