Iñaki Gabilondo comunicaba hace unos días que deja su espacio de análisis político para dedicarse a otra sección con jóvenes, incapaz de ubicarse en un ambiente de radicalidad y polarización donde todo acaba en bronca. Y aunque este periodista despierte sus filias y sus fobias, nadie duda de su experiencia en primera línea de fuego y de que está curtido en mil batallas. Si él –acostumbrado a gestionar la actualidad con criterio profesional– está cansado de este escenario «tan crudo» y se siente «empachado», yo me pregunto cómo narices estaremos los demás.
Son las estadísticas impersonales, las acusaciones de fascistas y de comunistas, el puritanismo barato, los datos sin contextualizar ni contrastar, las opiniones sin fundamento, el morbo, las mentiras, los ataques personales, las declaraciones incendiarias y así una lista interminable de atropellos al sentido común, que parece que vacunarse contra la Covid, hablar bien de alguien o leer un libro es ya de por sí un acto de rebeldía contra la posverdad. No debemos olvidar que este ambiente de confusión y de confrontación nos entretiene, pero inconscientemente solo hace que mellar nuestra esperanza, dividirnos como sociedad y hacernos sufrir por motivos que no merecen la pena.
Puede ser que parte de la culpa la tengan los políticos –y quienes los votamos–, porque parece que muchos gobiernan a base de tuits y son incapaces de sentarse a hablar como personas civilizadas. Pero quizás lo más preocupante es que las redes sociales –donde a priori todo vale– han usurpado el cuarto poder a unos medios de comunicación cada vez más frágiles y dependientes, y pesan mucho más los likes, los posados y los titulares basura que el rigor, el sentido común y la información contrastada. Tenemos tanta sobredosis de información y opiniones tan estridentes que nos hemos quedado ciegos y sordos de tanto mirar la luz.
Y es ahora –pues la libertad de expresión está absolutizada y la tecnología nos provee de ingentes cantidades de información– cuando es más necesario que nunca el criterio que permite distinguir lo importante de lo secundario, lo humano de lo artificial, lo verdadero de lo falso y lo que suma de lo que divide, cuestionándonos una y otra vez si nos asomamos a la realidad con nitidez y objetividad o simplemente nos dejamos llevar por las masas.