Quién iba a decir hace un año y casi 80.000 muertos después, que en España y en Europa íbamos a estar poniendo en duda los beneficios de las vacunas. Es querer y no poder y, por qué no, el triunfo de la posverdad capaz de equiparar la opinión barata del que no tiene ni puñetera idea a la sabiduría de los mejores científicos del planeta. Y es que no me imagino a ningún periodista de media tarde persiguiendo a la gente que toma cañas en una terraza, al que fuma porros a escondidas o a una persona que sale de una farmacia sobre el miedo a sufrir un trombo inesperado.
La desesperación de algunos por buscar noticias encuentra en el negacionismo más estúpido la pólvora perfecta. En otro momento no pasaría nada, sin embargo ahora está en juego la salud pública y la vida de mucha gente. Hasta el más necio sabe que basta con publicar un titular ambiguo para generar miles de dudas y crear un debate inútil que produce ríos de tinta mientras se aprovechan de la ignorancia y del sufrimiento de muchas personas. La información es poder y hay que saberla ejercer, y también hay gente deseosa de dejarse manipular. Y así, poco a poco, la sociedad se va infantilizando mientras hablamos de Rocío Carrasco y de Miguel Bosé. Y lo peor, ponemos en duda las cosas más obvias y nos olvidamos de resolver los problemas, dejamos de pensar por nosotros mismos o miramos para otro lado ante el sufrimiento de mucha gente.
Nadie conduce de noche con los faros rotos. En unos tiempos difíciles –y creo que estos lo son–, son imprescindibles unos medios de comunicación que nos muestren la realidad de forma nítida y equilibrada, pues es la puerta de nuestros sentidos y el primer paso para cualquier reflexión válida. Y necesitamos que sean libres, pero no solo de los poderes económicos y políticos, también del sensacionalismo que adormece el cerebro, de la ideología que busca la polémica y de la tentación de crear noticias que en vez de ayudar al conjunto de la sociedad generan duda, niebla y miedo a través de una información envenenada.