Hace poco tiempo, se publicaba el informe ‘Digital News Report 2022′, en el que entre otros muchos datos, se alertaba de que en España el interés por las noticias ha caído 30 puntos en los últimos siete años: el porcentaje de personas que tenían mucho interés por las noticias rondaba el 85% en 2015 y apenas llega al 55% en 2022. Y podrían ser muchas las explicaciones: la evolución de los formatos y de las plataformas donde informarnos, el desinterés intelectual de la ciudadanía, el hastío ante tanta polarización, el desprestigio de la política, la aproximación tendenciosa e interesada de muchísimos medios, el emotivismo volátil que impregna nuestro tiempo, el catastrofismo constante o la sobredosis de noticias tras eventos importantes como la pandemia o la guerra de Ucrania, por citar algunas posibles causas.
Desgraciadamente, nos encontramos con un problema de fondo que quizás no logremos intuir tan fácilmente. El acceso a la información no es otro bien de consumo, sino que es una necesidad personal y social. No es solo distraernos un domingo por la mañana mientras tomamos el desayuno o discutir de política como si fuéramos intelectuales en un café francés. La seriedad y el rigor con el que nos acercamos a la actualidad condicionan nuestra percepción del mundo, nuestra posición ante ciertos temas y nuestra propia comprensión del ser humano. El buen criterio y el contraste del conocimiento no llega de la nada y renunciar a ellos nos arroja a las garras de las identidades precocinadas y de las ideologías de un signo y de otro que nos van a decir con claridad y contundencia qué pensar, cómo vestir, a quién escuchar, por supuesto a quién votar e incluso hasta dónde veranear.
Como dice un compañero y amigo jesuita, cada uno es responsable de la calidad de su pensamiento. Es decir, pese a que en el mundo haya manipulación, nos cueste distinguir lo verdadero de lo falso y a veces nos sature la actualidad –o aburra, dicho sea de paso–, cada ciudadano debe ser consciente de cómo cultiva el jardín de su pensamiento, a qué le da importancia y qué elementos utiliza para detectar las enfermedades y las malas hierbas que no nos permiten ver con nitidez la complejidad y la amplitud de la realidad. Esto se refleja en lo que leemos, en lo que escuchamos y en lo que construimos con todo lo que entra en nuestro cerebro. Al fin y al cabo, en nuestro modo de pensar nos jugamos nuestro modo de estar en el mundo y el futuro como sociedad.