De nuevo nos asaltan noticias, fotografías y vídeos de personas tratando de huir de la guerra y que son violentamente reprimidas por las autoridades en una de nuestras fronteras. La situación que se está viviendo en la frontera entre Grecia y Turquía, nos muestra, una vez más, las consecuencias que tienen la falta de medidas a nivel estructural, y que sean respetuosas con los derechos humanos, sobre las personas más vulnerables.

Nadie se salva: ni las distintas partes que están convirtiendo la guerra siria en interminable, y que desde hace meses están matando a miles de inocentes en Idlib; ni Turquía, jugando con las personas convirtiéndolas en meras monedas de cambio; ni Grecia, cerrando sus puertas a base de gases lacrimógenos y balas; ni, por supuesto, la Unión Europea, supuesto garante de los derechos humanos y que justifica medidas del todo inaceptables e ilegales.

¿Dónde quedan entonces las víctimas a las que Jesús siempre puso en el centro? Desaparecen de la imagen. Hoy, de nuevo, nos hemos convertido en «ciegos que, viendo, no ven», en palabras de Saramago. Y las palabras de Jesús «porque fui forastero y no me acogisteis» deberían resonarnos e interpelarnos más que nunca.

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