Crece la tensión en la frontera. Con dolor asistimos al recrudecimiento de la violencia irresponsable que acompaña a algunos migrantes en los asaltos masivos a la valla. Un acto muy irresponsable, primero, por el daño que hacen a las personas que trabajan en la valla. Irresponsable, también, por el daño que se hacen a sí mismos; porque seguramente el empleo de esta violencia ha roto definitivamente el proyecto de migración con el que partieron de sus hogares. Identificados los violentos, serán devueltos a sus países de origen manchados con unos antecedentes que bloquearán todo intento de regularizar su situación en territorio europeo.

Irresponsable, además, por el daño que están haciendo a todos sus compañeras y compañeros migrantes, que lo único que sueñan es con integrarse en Europa como buenos ciudadanos y labrar aquí un futuro mejor para ellos y sus familias. Las imágenes del uso de violencia por parte de algunos migrantes es muy potente y justifica de forma fácil discursos que les miran más como amenaza que como oportunidad; pudiendo ver en ellos, injustamente, a enemigos más que a amigos, y alimentando el miedo en vez de la hospitalidad.

Hace dos semanas Pedro Sánchez y Angela Merkel, en reunión de urgencia ante la sangrante situación de cómo somos testigos del drama que acontece a las puertas de la Unión Europea, decidían reforzar el papel de Marruecos en el control de la migración irregular. La prensa hablaba de una dotación de 60 millones de euros, añadidos a los previamente acordados y entregados al país magrebí en pactos anteriores. Impactados, veíamos pocos días después en la prensa que los efectos de ese control, paradójicamente, no golpeaba a las mafias sino a sus víctimas: la expulsión masiva de cientos de niños, niñas, mujeres y hombres que esperaban en las ciudades del norte de Marruecos para intentar llegar a Europa. Cientos y cientos.

Impresionaban las noticias que llegaban la semana pasada sobre el rechazo y la violencia que estaban encontrándose venezolanos y nicaragüenses al pedir ayuda a otros países vecinos: ¡¿Se está el mundo volviendo loco?! ¿Qué más necesitamos para atender al que nos lo pide? ¿Cómo lo tienen que pedir para que el mundo reaccione? ¡Qué impotencia tan angustiante la del padre o madre de familia que desesperadamente extiende la mano para buscar otras en las que apoyarse y que, por contra, se encuentra con palos, alambres, frialdad y silencio!

Huyen. Conscientes los migrantes africanos de que su intento por llegar a Europa puede fácilmente verse ahogado en las aguas del Mediterráneo (solo en 2017 fueron 3.116 el número de vidas que acabaron en el mar). Conscientes de los riesgos, pero con mucha más esperanza que miedo, capaces de dejarlo todo por el anhelo tan potente de la vida que les mueve. Huyen de la muerte, que en algunos países tiene rostro de miseria; en otros de matrimonio forzado, machismos asfixiantes o ablaciones que mutilan miradas y horizonte; en muchos, de inseguridad en las calles para mí y para mis hijos; en demasiados, con el rostro de civiles víctimas de guerras de intereses oscuros; y en tantos, de dolor y desesperación ante las enormes dificultades para acceder a los recursos que el Padre de todos y todas nos ha entregado, a todos y todas.

¡Malditas sean las espirales de violencia! Ojalá los goliats y davides no impidan reconocer que es una y la misma casa común la que nos ha sido entregada para todas y todos.

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