La desindividuación y la deshumanización han sido métodos utilizados por el mal que han resultado muy efectivos. Podemos recordar varios ejemplos de atrocidades que se han cometido a lo largo de la Historia al utilizar esta desindividuación (considerando a las personas como parte de un todo sin tener en cuenta su individualidad) y la deshumanización (despojando a ciertos grupos de seres humanos de su propia humanidad). De esta manera, parece que quedan justificadas ciertas actuaciones, porque nuestra empatía queda bien nublada.

Desgraciadamente, estos métodos son de uso recurrente. Basta mirar lo que está ocurriendo en la frontera entre Bielorrusia y Polonia donde una vez más (ya hemos perdido la cuenta…) los estados utilizan a personas tremendamente vulnerabilizadas, como son las personas migrantes y refugiadas, como arma arrojadiza para reclamar y hacer valer ciertos intereses políticos. Ocurrió algo similar hace algunos meses en nuestra propia frontera, cuando Marruecos utilizó a cientos de menores para realizar ciertas reclamaciones políticas frente a España.

Nos preguntamos de nuevo qué está ocurriendo en las fronteras de nuestro mundo y cómo hemos podido llegar a este punto donde no somos capaces de reconocer ni un solo valor y donde somos testigos de ciertos tratos a grupos de personas que parecen no ser consideradas como lo que son: seres humanos. Teniendo en cuenta su individualidad y su humanidad. ¿Qué haría Jesús ante estas situaciones? Conviene que cada uno de nosotros nos lo preguntemos, porque su mensaje fue claro: «lo que hicisteis con uno de mis hermanos, a mí me lo hicisteis».

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