La frontera del pensamiento, ahí donde habita el olvido. Porque olvidado es el contexto en el que vivo, Haití. Olvidadas sus gentes, que trabajan por optar a una vida digna. Sin embargo, lo natural (con las sequías, lluvias tropicales y terremotos) y lo humano (historia de corrupción y violencia), no se lo ponen nada fácil.

La frontera del olvido, esos lugares que en un momento, o por unos días son noticia, pero que desaparecen de los medios, sin que su realidad mejore ni un poco. Y así pasan años y años, en un constante empeoramiento de su situación. Y sólo importan cuando sobre lo malo, se da algo peor. Para después, volver a no existir.

Vivir aquí es bonito, pero también difícil. En una pequeña parte, se corre la misma suerte. Vulnerabilidad, intemperie, olvido… Pero en cierto modo, descubro la paradoja de que sus historias se clavan tan dentro que, va a ser difícil que se borren de mi memoria: los olvidados que siempre se recuerdan.

Ser parte de esta frontera, también me ha permitido otra clase de encuentro. El que se da con el Dios que se hace todo presencia acompañando la vida; las suyas y también la mía. Que busca el modo de aliviar sus historias, consolándoles y celebrando con ellos. Pisar esta tierra hace experimentar eso de Isaías “¿puede una madre olvidarse de su criatura? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is 49, 15).

Esto nos hace mantenernos firmes en la Esperanza, la certeza de que esta frontera está habitada, y Él no olvida.

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