«Pero eso, Valle, es una quimera…»
Ya hace alguna semana que estoy de vuelta, y es cierto, que con la distancia física, y también temporal; más aún, readaptada a mi zona de confort, corro el riesgo de hacer mía esta sentencia.
Quizás tú también has tenido el regalo de haber podido pasar un tiempo durante estas vacaciones conociendo y dejándote afectar por la realidad, vulnerable, incluso hiriente, de los pequeños de la tierra. Yo he estado poco, pero suficiente para asomarme a sus empeños, sus luchas, su deseo de vivir y de sacar a los suyos adelante (y alguna sombra, como en toda realidad). También para interrogarme, sobre mi propio estilo de vida, y sobre el insostenible, egoísta y vergonzoso orden de los mundos. Por eso, cuando llegas aquí y te piden que cuentes, no sólo se puede decir de lo que se quiere oír, de niños riendo, de mujeres trabajando, de gentes orando, de música y baile. Si se habla de ‘allí’, toca hablar de ‘aquí’. Y eso molesta, porque el mar que acuna la conversación, es el mar que nos acerca.
Que no podemos dejar a la gente morir, que quiénes somos para privar de la libertad, que cómo podemos hablar de «los que necesitamos» tratando a las personas como puro objeto,… Pero también, y más, después de estar de invitada en otra tierra con su cultura, me sale pensar que nuestro entorno, a veces un poco gris, no es tan paraíso para ellos. ¿Cómo posibilitar la vida, la salud, la escolarización, el acceso al agua potable, la nutrición… entre los suyos? ¿Cuándo, salir de la propia tierra va a poder ser una opción libre y no una imposición por la carencia extrema o la violencia?
Por eso, me remuevo, y escojo no dejar de mirar a estas gentes, no archivarlas en la memoria y dejar que caduquen como una historia de 24 horas. ¿A qué me invita Dios? ¿A qué te invita tu Señor? ¿Adónde voy y a qué? Si también tu alma grita… no dejes que te convenzan de que es una quimera… el mundo, éste, uno, es POSIBLE.