La muerte de Jesús Quintero, a los 82 años de edad, nos ha devuelto, a los que peinamos algunas canas, a otra época tanto en la radio como en la televisión. Toda su vida la dedicó  a comunicar desde que empezó leyendo «el parte» de Radio Nacional en lo que entonces todavía era Guinea española. Quintero era genial en todas sus manifestaciones. Una vez, mientras nos estaban mostrando las obras del mastodóntico y carísimo edificio del Parlamento Europeo en Bruselas, preguntó sin inmutarse ante la maqueta del inmueble con centenares de despachos y salas de plenario: «¿Y dónde queda sitio para el amor?» La intérprete no sabía cómo interpretar la pregunta y Quintero la volvió a formular completamente en serio. La persona que guiaba la visita se quedó tan azorada que no sabía qué responder. Así preguntaba Quintero.

Aquella anécdota trivial sirve para entender un poco mejor por qué triunfaba Quintero como entrevistador. Tenía esa rara habilidad para desarmar el discurso prefabricado, esa lengua de madera que tan a menudo escuchamos en boca de personajes públicos a los que su gabinete de comunicación les ha preparado el discurso. Ante Quintero, nada de eso valía porque el guion –qué excelente trabajo del poeta Javier Salvago y otros– era impredecible. Y, sin embargo, todos los entrevistados sabían de qué les iba a preguntar: de su vida.

En la hora de su muerte es justo alabar los silencios de Quintero que comprometían a los entrevistados y los envaraban con ese tiempo suspendido que había que llenar como fuera, lo mismo que una cometa asciende más alto cada vez por no caer a tierra.

Ya sé que es una asociación mental con doble salto mortal, pero no puedo parar de pensar que Dios también hace silencio cuando entramos en su presencia a través de la oración, precisamente para que nos sintamos incómodos y soltemos las palabras que de otro modo no nos saldrían. También nosotros, como los invitados de Quintero, sabemos sobre qué nos van a interrogar el último día. Esa entrevista –con sus silencios incorporados– versará sobre el amor en nuestras vidas. Advertidos estamos.

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