A ver, si les pagan por ello. Si forma parte del espectáculo. Está provocando siempre. No es racismo, porque en nuestro equipo también hay extranjeros y no pasa nada. Lo hacen en todos los estadios. Pero mira cuántas amarillas lleva. Con lo que cobra. Es sólo para distraerle, porque siempre pica. Otros no son como él. No es para tanto. Se lo merece. Hemos sido todos. Nos hemos dejado llevar. En otras ligas es mucho peor. Cuatro sonidos de nada. En el fondo tiene su gracia. Viven a mil revoluciones y no se enteran… Y como estas, otras tantas frases que infectan nuestro fútbol de un racismo que creíamos haber olvidado. Ayer, con lo de Vinicius Jr, fue una vuelta de tuerca más y se mostró que el racismo aún existe en la vieja Europa.
Y aquí no se puede echar la culpa a Negreira ni al VAR, los insultos racistas se han vuelto costumbre en varios campos de la liga española. El fútbol es algo maravilloso, y lo ven millones de personas, pero sin embargo se mezcla con el negocio más sucio y en este caso se contamina por las cloacas de una sociedad que desprecia e insulta al otro por su color de piel –porque lo de pan y circo ya parece demasiado–. Y esto es inadmisible, por mucho que se mire para otro lado, y algunos no lo quieran reconocer.
Uno puede no considerarse racista, pero los insultos no dicen lo mismo. Me pregunto qué pensaran esos aficionados cuando vuelven a casa y ven los resúmenes con sus hijos, en la frialdad de la conciencia, cuando les repiten que sean buenos y empáticos con el dolor ajeno, que no peguen a sus hermanos y que no hay nada más fantástico que conocer nuevas culturas. Cuando explican lo bueno que es hacer deporte y lo que quieren al equipo de sus sueños.
Me pregunto cuánta gente, sin ser una estrella en el Madrid, sufrirá el mismo trato bajo la sutileza y el cinismo de parte de una sociedad que dice no ser lo que en verdad sí que es. En el fútbol, como en la vida, no todo vale.