Estos últimos días se está hablando mucho de violencia en el fútbol, a propósito de los incidentes con el Frente Atlético en el pasado derbi madrileño. Algo que curiosamente llama la atención, y que recuerda la peor versión del deporte rey en los años noventa, cuando salvajismo e ideología sembraban el pánico entre aficiones y fuerzas de seguridad, mostrando así el lado más feo del fútbol.
Está claro que el deporte es reflejo de la sociedad, con lo bueno y con lo no tan bueno. Sin embargo, no podemos olvidar que además de espectáculo, negocio y algo de política, es un espacio para la convivencia donde la violencia no puede tener lugar, de ninguna de las maneras. Y cualquier conato de justificación supone una equivocación, en lo deportivo y en lo social.
El mero hecho de vestir la camiseta contraria nunca puede ser excusa para el desprecio, la violencia o la provocación. Y no se trata de racismo o de acérrima rivalidad, consiste en comprender que no existe ningún derecho a insultar o a agredir a nadie, por mucho que te hayas sentido ofendido. Tampoco para usar la pasión por tu equipo como excusa para airear tu mezquindad o tus ideologías extremistas que no suman a la sociedad. Y es que no hay peor manera de cargarse un deporte que mezclarlo con ideología, y sobre todo con violencia, porque en ese caso, perdemos todos el partido.
Al fin y al cabo, los niños lo ven y los jóvenes lo imitan, no hagamos de la belleza del deporte un espectáculo bochornoso.