Las jardineras acortaban algunos de los lugares en el estacionamiento del club, haciendo prácticamente imposible que un auto se estacionara en estos espacios sin obstruir el paso.

Tras algunos cuellos de botella, la administración de turno decidió pintar franjas amarillas en el piso para indicar que ya no estaría permitido estacionarse en estos lugares. Funcionó con la mayoría de los asistentes, y, quiero pensar, la mayoría de las veces, pero algunos de los conductores decidieron seguir ejerciendo su prerrogativa de estacionarse donde les plazca y continuaron usando esos espacios. La administración decidió entonces colocar un letrero metálico, indicando «no estacionarse». El resultado fue el mismo. Algunas personas en algunos casos, ignoraban las rayas e ignoraban el letrero.

Quiero pensar que motivos puede haber muchos para decidir no seguir esta indicación: el estacionamiento lleno, el sol, la lluvia, un pasajero con dificultad para caminar, llegar tarde a una cita… en fin. Se presentan situaciones que nos llevan a pensar que cierta norma o invitación no nos aplicaba específicamente a nosotros en un momento determinado. Podemos llegar a pensar que tenemos alguna excusa o exención autoimpartida. Nos decimos que solo es por esta vez. Nos explicamos las cosas de una manera en que pensemos que el seguimiento, atención o acatamiento es discrecional y depende de nosotros mismos juzgar cuándo y cómo proceder. Si extrapolamos esta situación, podemos imaginarnos yendo por la vida decidiendo cómo y cuándo acatar una indicación o decidiendo si una norma es una mera sugerencia o invitación a seguirla.

No abogo por el seguimiento ciego de las normas, ni de no cuestionarnos su existencia o utilidad. Tampoco defiendo farisaicamente el acatamiento de una regla por encima del bienestar de una persona. La ley por la ley misma nos ofusca y aleja de la libertad, de la misma manera que la discrecionalidad y la justificación personal nos alejan de la empatía y sana convivencia. Cuestiono únicamente el derecho que creemos tener de poder decidir cuándo acatar y cuándo no y pongo en consideración el reflexionar qué pasa si sigo una indicación o no. Qué problemas le puedo generar a otra persona si decido aplicar mi discreción o sentido común para mi beneficio personal. También está el tema de la congruencia.

Muchas veces, al encontrarme con un auto estacionado en uno de estos lugares no permitidos, he imaginado al conductor explicándose y justificándose el porqué sí puede y debe estacionarse en uno de ellos. Lo imagino justificarse, estacionarse y descender del auto para posteriormente reunirse con sus amigos y charlar sobre lo mal que está el país. De cómo el gobierno no hace lo que le toca. De cómo la iniciativa privada no se preocupa por nadie más que por ellos mismos. De cómo las instituciones no sirven. De cómo cada uno hace lo que se le place. De cómo nadie acata la ley.

Es curioso cómo hacemos esa partición del «nosotros y ellos». Nosotros tenemos todos los motivos y justificaciones para hacer lo que hacemos. Nosotros, obviamente no vemos las vigas que traemos en los ojos, pero tenemos una licencia para ir por la vida descubriendo astillas en los ojos ajenos.

Actualmente, la indicación de no estacionarse en estos lugares, se comunica de manera redundante con rayas amarillas en el piso, un letrero y un cono de tránsito naranja colocado sobre las rayas. El mismo mensaje se transmite de tres maneras diferentes y, aun así, corre el riesgo de ser desatendido. Desgraciadamente el desacato, en muchos casos, es más cómodo que el cumplimiento.

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