El inconformismo de la juventud, con sus acciones y consecuencias, nos mostraba hace unos días las dos caras de la moneda y nos pone frente al espejo de nuestras opiniones y actitudes.
Ya seamos defensores de los valores tradicionales, librepensadores o respetuosos liberales, todos sabemos diferenciar entre el bien y el mal objetivos. Así, tenemos claro que, en una sociedad democrática como la nuestra, basada en un estado del bienestar y organizada en torno a unos servicios y espacios públicos mínimos, los incidentes violentos de las últimas noches en varias ciudades españolas son criticables e inaceptables. Quemar contenedores está mal. Vandalizar bienes públicos y establecimientos, está mal. Agredir, violentar, destrozar… Está mal.
Igualmente, coincidimos en que organizarse como los jóvenes de Logroño para limpiar, adecentar y devolver la normalidad al centro de su ciudad, está bien. La conciencia ciudadana, el voluntariado y el compromiso, están bien.
Sin embargo, es un hecho que nos sentimos seguros en el gris políticamente correcto. En ocasiones, para soslayar una conversación incómoda, no queriendo parecer radicales en nuestras opiniones o evitando que nos etiqueten en algún «-ismo». En otras, para no tener que salir de nuestra burbuja de confort, disfrutando de nuestro inconformismo inmóvil.
Así, a veces recurrimos a espacios como estas líneas para sentirnos reconfortados y cómodos en nuestro malestar figurado. Nos alineamos en nuestra crispación pasiva, nuestra indignación haragana, en la queja bajita o en el halago moderado.
Claro que somos distintos y estamos lejos de las hordas de vándalos que generan disturbios. No se pone en entredicho. Pero pensemos a qué distancia están también nuestros actos o, precisamente, nuestra inacción, de los comportamientos que admiramos.
Que hay casos en los que lo cívico y ciudadano puede ser no tomar partido. Pero en otros momentos, no posicionarse significa consentir y no aplaudir significa indiferencia. Y no hablo aquí de tomar las escobas y salir a las calles en brigadas de limpieza. Sino de que, desde nuestra realidad y posibilidades, no tengamos miedo a criticar para evitar lo que está mal, y seamos capaces de visibilizar y elogiar para promover lo que está bien.