Uno de esos debates que nos trae la actualidad tiene que ver con las tristes imágenes de turistas borrachos en las calles de Madrid. ¿Y entonces Madrid se ha convertido en el nuevo Magaluf? ¿La culpa es del gobierno central, o del regional? ¿Por qué ellos pueden venir y nosotros no podemos viajar para ver a la familia? Preguntas legítimas y cuyas respuestas son tan diversas que no satisfacen a nadie. No obstante, no debemos olvidar que detrás de las posibles críticas y de sus respectivas réplicas está el cansancio por la situación y el sesgo ideológico de por medio. Al fin y al cabo conocemos bien cómo funciona España, y los políticos, los medios y, sobre todo, Twitter nos recuerdan una y otra vez que hay unas elecciones a la vuelta de la esquina.

Sin embargo, hay una cuestión más honda que aún nos cuesta mucho responder. Detrás de lo aparentemente legal –y esto en principio lo es–, está lo moral, lo que distingue lo bueno y lo malo independientemente de la ley, y eso ya no nos gusta tanto. Las normas cambian con el tiempo –y la pandemia es un ejemplo–, no obstante nuestra conciencia tiene que ir más allá y saber diferenciar que hay actos, que aunque admitidos por la ley, son indignantes, dolorosos, vergonzosas o como lo queramos llamar. Es decir, lo bueno y lo malo prevalece más allá de que las fisuras del sistema lo permitan o que los partidos de turno lo bendigan. La pregunta podría ser cuántas veces actuamos mal aunque la ley nos lo permita, o buscamos la ranura por donde colarnos o sencillamente hacemos lo que queremos porque nadie nos ve.

En este caso es muy obvio y el contraejemplo nos lo dan los turistas que ahora despreciamos y que hace no mucho echábamos tanto de menos. Pero que nadie se preocupe, la vida nos ofrece cada día situaciones donde tenemos que elegir entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo mejor, entre lo conveniente o lo inconveniente para mí y para los otros, o entre lo justo y lo injusto más allá de lo que diga la ley y la presión de grupo. Ojalá estas tristes imágenes nos recuerden que más allá de la norma, el lugar donde se decide actuar bien o mal está en la conciencia de cada uno, y ahí nosotros sí somos los responsables y no podemos echar la culpa a nadie.

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