Estos días se ha hecho viral un vídeo. En él, un señor de 96 años se presenta ante un juez, acusado de conducir por encima de la velocidad permitida en zona escolar. Al ser preguntado por el magistrado, el hombre explica que se encontraba llevando a su hijo enfermo de cáncer a una analítica, como hace cada dos semanas. Tras una conversación corta, el juez desestima el caso sin imponerle sanción alguna.

Merece una reflexión todo lo que socialmente supone un nonagenario teniendo que hacerse cargo de la enfermedad de su hijo septuagenario: sistema de seguridad social, acompañamiento al enfermo y al anciano, soledad de los mismos… Por no hablar de lo que implica para la seguridad vial que alguien con los reflejos naturalmente mermados a causa de la edad –y a todos nos ocurrirá si conseguimos llegar a esa edad– maneje un vehículo.

Como es habitual con los vídeos de este tipo, la respuesta general es de emoción y aceptación: «¡Qué buen hombre!» «¡Es súper tierno!» «Ojalá más jueces así…».

Tomando como real lo que muestra el vídeo, llama la atención el modo en que nos situamos muchas veces ante las modas de internet. Situaciones que nadie querría para sí, vistas en la pantalla del nuestro smartphone se convierten, de repente, en algo digno de admirar. Un juez que no aplica la ley por un criterio estrictamente sentimental nos parece respetable y admirable; un anciano abandonado a su suerte por sistemas injustos nos resulta tierno y su historia digna de ser compartida. ¿Y si el anciano, conduciendo a mayor velocidad de la permitida, hubiera provocado un desastre? ¿Nos seguiría pareciendo amable la historia?

No todo lo que parece bonito es bonito. No todo lo que se presenta como tierno es tierno. Ahora que está tan en boga esto del ‘relato’, examinar aquello que vemos nos ayuda a discernir dónde se encuentran los valores dignos de admiración. Siendo digno de compasión, el anciano del vídeo representa más un fracaso como sociedad que un ejemplo de superación. Puede que, sin darnos cuenta, nos hayamos acostumbrado a las vidas rasgadas, traspasadas por la soledad y el abandono. Quizá un ejemplo más tierno hubiera sido el de un familiar de ambos protagonistas acompañándoles en coche a la consulta. Ejemplo que se convierte entonces en muestra de entrega y servicio por quien te necesita, de amor al hermano sobre uno mismo. También sería un buen ejemplo de sociedad un historia en la que se enseña que el trayecto hasta el centro de salud lo hacen profesionales cariñosos y amables. Necesitamos más ejemplos de entrega abierta, pero también de sociedades ocupadas en los cuidados de los más indefensos. Sociedades menos individuales y solitarias y más comunitarias y preocupadas.

Además, en la era de internet, precisamos de una conciencia crítica de lo que consumimos. La ingente cantidad de productos audiovisuales que se reproducen en nuestros dispositivos nos invitan, casi siempre, a no ver más allá. Nos dan la reflexión hecha y masticada y nosotros, muchas veces, la asumimos como papilla. No se trata de perder la compasión, sino de acompañarla de razón crítica.

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