Muchas veces me pregunto qué mundo estamos construyendo. Qué mundo es este en el que, aunque todos quieren y desean cuidar y proteger sus derechos, no quieren saber nada de los derechos de los demás. Qué mundo es este en el que solo lo que vive uno, personalmente, le afecta y lo de los demás, nada de nada.
Hace unos días, un anciano recibió una paliza por parte de un joven, en mitad de la calle de una gran ciudad, a la luz del día, con varias personas alrededor observando el altercado y nadie, ¡NADIE! se dignó a ayudarle. ¿Qué nos está pasando? ¿por qué no somos capaces de implicarnos en esas situaciones? Sucede en asaltos, robos, insultos, vejaciones públicas en metros o por la calle. La gente lo ve y calla, mira a otro lado. ¿Qué nos pasa? ¿y si te sucede a ti? ¿te gustaría que miraran hacia otro lado? ¿te gustaría que sacaran el móvil para grabar mientras te roban en vez de ayudarte y tratar de salir de esa situación tan difícil?
Sé que comprometerse hoy en día no está de moda. Bueno, perdón, nos gusta comprometernos con nuestras cosas, eso sí, pero no con los demás, con los ciudadanos que viven a nuestro alrededor, y menos en situaciones donde hay violencia o conflicto. Sé que esas circunstancias pueden complicarnos la vida. No sabes quién es la persona que agrede, roba o insulta, pero estoy convencido de que hay algo más importante que el mero hecho de recibir un golpe fortuito, un insulto o una agresión. Se llama ethos democrático. Es algo que nos enseñaron los griegos y que tiene que ver con el carácter, con nuestro comportamiento y, también, con nuestra credibilidad como sociedad. No es lo mismo vivir en una sociedad que mira y se compromete con un anciano que está siendo asaltado y golpeado y se actúa para ayudarlo, que con una sociedad que no hace caso, que lo ve como un espectáculo y que pasa de largo. No es la misma sociedad.
Ingenuamente pensamos que lo que le sucede a los demás no nos afecta en nuestra vida… qué gran error… Nos afecta, y mucho, que no haya sensibilidad ante las personas mayores para que le ayuden cuando no puedan cruzar una calle, llevar la compra o recoger algo del suelo. Nos afecta, y mucho, saber que, si alguien se pone enfermo en medio de la calle y necesita ayuda, no habrá nadie dispuesto a socorrerle. Nos afecta, y mucho, que no haya nadie que pueda reprender a un niño que piensa que pintar una pared, vaciar una basura o romper un retrovisor es algo divertido. Nos afecta, y mucho, no decir nada si alguien ve que están robando una cartera, no pagando un billete de autobús o copiando en un examen. Nos afecta, y mucho, en definitiva, saber que estamos solos y que nadie, ni siquiera esa persona que tenemos al lado, que vive en el mismo vecindario, nos va a ayudar cuando lo necesitemos. Esa sociedad se empobrece. Comprometer-se no es entrometer-se. Ayudar no es molestar. Nuestra sociedad necesita gente, anónima, que ayude, sobre todo, cuando el que sufre es más vulnerable. ¡No podemos mirar a otro lado!. El comportamiento de «la sociedad» empieza y se fortalece, por nuestro propio comportamiento. Lo que hacemos hacia los demás, por pequeño que pueda parecer, es muy importante. Necesitamos vencer unos miedos absurdos que nos empobrecen, nos hacen ser una sociedad peor. No es cuestión de valentía sino de compromiso.
Aquel anciano que fue asaltado hubiera necesitado que alguien le ayudara. Pero nadie se atrevió.